Doce
menos cinco. Alba corría escaleras arriba. Pronto darían la
campanada del nocturno y si no estaba en su dormitorio con las luces
apagadas a la hora punta, dormiría en el cuarto de los ratones.
Además, quería volver a Albadar y disfrutar de un buen baño en el
lago y de ver las estrellas asomarse por entre las hojas del sauce
donde un día se acomodó.
Tin,
ton, tannnn. La campana. En ese momento Alba cerró la puerta. Con el
corazón a cien por hora, se tumbó en la cama, y el cansancio y las
ganas de volver a su mundo particular, hicieron que sus ojos cayesen
y que su sonrisa cansada permaneciera intacta ante la ilusión de
volver a ser feliz. Con o sin su hermano, iba a ser feliz de nuevo, y
esta vez, dos personas iban a ser la clave para conseguir su
propósito; Fryh y Grabiel, ellos iban a quererla e iban a llenar ese
vacío que había dejado la muerte de Werel.
Abrió
de nuevo los ojos. A sus pies, un sauce. Rió, estaba tan cansada que
no se había quitado la pintura de sus labios. Se agachó, se deshizo
del calzado y lo dejó un lado. También se quitó todos los adornos,
tan solo dejó el cinturón. Luego se fue derecha al lago. Se
arrodilló en la orilla y se lavó la cara con cuidado de no dejar
nada de pintura en su rostro. Quería ser libre mientras estuviera
allí. No sería esclava de zapatos caros y pinturitas. No. En
Albadar, no.
Abrió
los ojos. Se quitó la peineta del pelo y se deshizo el peinado con
cuidado. Se dejó la trenza colgando y luego empezó a deshacerla sin
quitar la mirada del reflejo del agua. Se acomodó el pelo suelto. Lo
tenía largo y liso. Sus cabellos recordaban a un mar en calma.
Se
quedó mirando al agua largo rato mientras jugaba con un mechón del
pelo. Y sin poder evitarlo, dio un grito y se cayó al agua, al ver,
tras ella, un chico rubio de ojos azules como el cielo del paraíso,
donde, sin quererlo, podías perderte.
By: Lucía López. Autora del blog.
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